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Aquel paisaje nevado que me cautivaba lo recuerdo bien en aquellos páramos entre Soria y Cuellar donde estábamos acampados, muy jóvenes aún.

Recuerdo los plásticos y mallas que cubrían los campos para el cultivo y su imagen en mi memoria que persiste, todo es así. Eran otros tiempos de campos nevados, cuando hacía frío de verdad antes del cambio climático.

Disfrutábamos mirando las mallas antihierba y hablábamos de que el mundo estaba gobernado y dirigido por sociedades secretas de las que no sabíamos nada, y creyendo en esas cosas éramos felices y rebeldes.

Atravesábamos los campos al oscurecer y también de madrugada y veíamos de cerca a las vacas y a las ovejas pastando y decíamos todos concluyendo que el ser humano también vivía en una granja y que éramos ganado también de alguna manera los seres humanos.

El sol de color.

Pensábamos que el mundo era una granja mientras mirábamos las mallas antihierba y los plásticos y mallas.

ésto es así porque no puede ser de otra manera.

Luego comentábamos defectos de nuestros profesores del instituto y hacíamos burlas y graciosas chanzas de manera vengativa y no sabríamos que con el tiempo muchos llegaríamos a ser profesores también. Profesores de los que ahora otros hacen chanzas en divertidas fancachelas las noches sin luna empapados de vino clarete por fresco y peleón, entre sombras, asfaltos y coches.

Recuerdos, yo estoy hablando de recuerdos.

Aquel recuerdo de las mallas antihierba y de los plásticos y mallas queda persistente, lo pasábamos bien, éramos muy jóvenes y felices y teníamos una mayor expansión y recorrido.

Sobre todo parecía que nuestras vidas iban a ser maravillosas.

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